Ya es hora de que Francisco condene la barbarie con nombre y apellido. Lo más cerca que ha estado fue en reciente viaje a la isla de Malta, donde habló de un ‘potentado’ como causante de la guerra, escribe Edgardo Rodríguez Juliá
Ya es hora de que Francisco condene la barbarie con nombre y apellido. Lo más cerca que ha estado fue en reciente viaje a la isla de Malta, donde habló de un ‘potentado’ como causante de la guerra, escribe Edgardo Rodríguez Juliá
En Ucrania se han rebasado los límites del “apaciguamiento” (appeasement) que condujo a la Segunda Guerra Mundial. Tan pronto Hitler invadió Polonia, comenzó la Segunda Guerra. Eso no ha ocurrido en el caso de Ucrania. Los agravios históricos que Hitler reclamaba para Alemania, como víctima de la Primera Guerra, según él, no quedaron satisfechos con la incorporación de Austria -mediante referéndum- y de la Sudetenland mediante concesión negociada con Chamberlain. El equivalente al pleito de la Sudetenland, en el caso actual del agresor, la Rusia de Putin, sería la región del Donbás y Crimea. La gran diferencia, entre aquel entonces y la actual crisis, es la posibilidad de una guerra nuclear. Esta guerra de agresión que también es civil -entre nacionalidades hermanadas por cultura, lengua e historia común- le plantea al mundo nuevamente si los límites morales, políticos y diplomáticos bastan, hoy por hoy, para evitar las atrocidades que la Rusia de Putin está cometiendo diariamente en Ucrania. Parecería que el mundo es chantajeado por una potencia nuclear, que a cambio de arrebatarle a otro país lo que se le antoja, se mantiene fuera de los límites de lo permisible en la guerra; desde que comenzó la contienda ha amenazado al mundo tres veces con la guerra nuclear. Terrible precedente el que se está estableciendo en este conflicto regional.
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