Su celebridad Twitter y Facebook, televisiva e impresa, se convertiría en pesadilla. Su renuncia a la privacidad mediante aquella atronadora notoriedad lo había mordido, el perro rabioso le saltó encima, escribe Edgardo Rodríguez Juliá
Su celebridad Twitter y Facebook, televisiva e impresa, se convertiría en pesadilla. Su renuncia a la privacidad mediante aquella atronadora notoriedad lo había mordido, el perro rabioso le saltó encima, escribe Edgardo Rodríguez Juliá
El suicidio de una llamada “celebridad” -este invento de la modernidad que rebasa la antigua “fama”, o la clásica fortuna- nos coloca en una necesaria interrogante: La vida, aún con esa caricia constante al ego que supone la celebridad, ¿valdrá la pena? Instaba Julio César a que a un moribundo siempre hay que elogiarle la vida. Como todos somos moribundos -es la dirección inevitable desde el nacimiento- valdría la pena preguntarnos qué hay en la fama, o celebridad, que nos hace susceptibles al hastío, a la infelicidad y la depresión.
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