La casa Klumb, ícono del tropicalismo que propugnó su creador para nuestra vivienda antillana, quedó sometida a la indiferencia y luego a la negligencia que culminó en su destrucción, escribe Rodríguez Juliá
La casa Klumb, ícono del tropicalismo que propugnó su creador para nuestra vivienda antillana, quedó sometida a la indiferencia y luego a la negligencia que culminó en su destrucción, escribe Rodríguez Juliá
Hace alrededor de siete años escribí un artículo sobre la Casa Klumb. Advertía sobre el deterioro de la estructura y el abandono del jardín y bosque circundantes. Desde la muerte del gran arquitecto alemán, acaecida en un accidente de tránsito en 1984, aquella casa, ícono del tropicalismo que propugnó su arquitecto para nuestra vivienda antillana, permanecía sometida primero a la indiferencia, luego a la negligencia que culminó en su abandono y eventual destrucción por el fuego. Es fácil adivinar el origen de ese fuego dada la pobreza en que estuvo enclavada la estructura; bastaría el olvido de algún algún vagabundo o adicto, o simplemente la voluntad maliciosa de alguien en la cercana barriada. La Universidad era custodia de la estructura, lo suficiente, según el portavoz de rectoría, para podar la grama — inexistente cuando la visité— y pagarle a un celador que la noche del siniestro, quizás muchos días y noches anteriores, se encontraba disfrutando de sus vacaciones, siendo sus tareas solo a tiempo parcial dada la quiebra en que se encuentra el país y la institución.
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