Picando alante logra esa ganadora conjunción de lo cómico con lo trágico y sus matices líricos, sentimentales, y hasta tiernos, que bien representan lo más agraciado de nuestra humanidad puertorriqueña, escribe Edgardo Rodríguez Juliá
Picando alante logra esa ganadora conjunción de lo cómico con lo trágico y sus matices líricos, sentimentales, y hasta tiernos, que bien representan lo más agraciado de nuestra humanidad puertorriqueña, escribe Edgardo Rodríguez Juliá
La película Picando alante, producida por el grupo Teatro Breve, nos llega para reivindicar los muchos desaciertos del reciente cine puertorriqueño. Picando alante logra esa ganadora conjunción de lo cómico con lo trágico -en este caso más bien “lo desgraciado”- y sus matices líricos, sentimentales, y hasta tiernos, que bien representan lo más agraciado de nuestra humanidad puertorriqueña. Y ello sin falsificaciones cursis, porque esa cámara veraz del director Israel Lugo recoge también nuestra “disfuncionalidad” social y familiar, la inclinación boricua lo mismo a la euforia que a la histeria. Quizás sea en nuestra clase media pobre donde mejor se revelan las contradicciones de una modernidad que no acaba de rendir el sosiego que anhelaba el proyecto muñocista. Estamos nuevamente en la urbanización, pero esta vez colindante con un barrio urbano tradicional, con el notable “punto” de drogas en el cafetín.
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