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Me sucedió la semana pasada. Llegué a los 75 años, y si me dejo llevar por lo que me dijeron familiares y amigos cercanos en medio de la celebración de mi llegada a las tres pesetas, luzco como un titán y mis logros colmarían una gran enciclopedia. ¡Ay de mí si me lo creo! La reflexión es necesaria en medio de cualquier celebración. En mi caso, me llevó a reconocer que debo atender con urgencia unos asuntos de salud que a mi edad no deben posponerse y que la aceptación de cuando he fracasado es lo que me ha permitido la transformación necesaria para alcanzar mis metas. La autorreflexión honesta también aplica a organizaciones políticas y sus dirigentes.
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