Había una vez una casita de dos pisos, la de abajo era de cemento y de madera la de los altos. Vino el huracán María en 2017 y sopló y sopló y sopló y la casita de arriba se fue volando, sin que nadie pudiera siquiera decirle adiós. La familia que la vivía tuvo que desalojarla por seguridad. De todas las ayudas que llegaron a la isla, pasaron años sin que pudieran volver a colocarle un techo provisional. Yam con tanta falta de recursos y tanta necesidad de remiendos, la familia nunca pudo volver a vivirla. Su exilio, como vemos, no se debió a preferencia, capricho o libre elección: la casita ya no era segura para ellos.
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