Antes, el cuadrilátero era el altar donde las leyes de una nación quedaban momentáneamente suspendidas. Ahora, el boxeo va camino a ser un mediocre ‘duty free’”, dice Cezanne Cardona Morales
Antes, el cuadrilátero era el altar donde las leyes de una nación quedaban momentáneamente suspendidas. Ahora, el boxeo va camino a ser un mediocre ‘duty free’”, dice Cezanne Cardona Morales
Leonard Gardner lo dijo bien claro: el boxeo trata más de la ciudad que de los puños. Cuando un boxeador se sube al ring su verdadero contrincante es el barrio, el municipio, las calles, las avenidas y los edificios que lo vieron crecer. Así ha sido desde Homero hasta Rocky Balboa: se boxea a favor y en contra de la ciudad dorada que, por un lado, promete el premio gordo y, por otro, se las arregla para reclamar el cetro a golpe de impuestos, cemento y asfalto. Por algo Leonard Gardner tituló su novela Fat City, en la que la ciudad de Stockton noquea los sueños boxísticos de cualquier prospecto. Por algo Martí escribió en una carta: “Todo me ata a Nueva York”, mientras redactaba aquella hermosa crónica boxística. Y por algo Tito Trinidad se daba golpes en el pecho cuando nombraban a su querido Cupey Alto: porque sabía que, en algún momento, esa otra parte de la ciudad -llamada Banco Popular- vendría a quitarle el campeonato. No debe sorprender a nadie que el influencer Logan Paul se declarara doradeño cuando se subió al ring para enfrentar a Floyd Mayweather Jr. Y la razón es harto sencilla: Logan Paul boxea por esas cinco millas de playa de paraíso fiscal a las que solo pueden acceder millonarios de similar raigambre. ¿Será que Logan Paul es la estrofa perdida de Boricua en la Luna?
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