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Primero nos dijeron que éramos bárbaros glotones. Aunque faltaba más de un siglo para que se escribiera Drácula de Bram Stoker, la forma en que fray Íñigo Abad describe cómo comemos -a finales del siglo 18- parece una escena vampiresca: “entonces comen con gula y todos gustan que las carnes no estén muy cocidas; especialmente la de cerdo la sirven chorreando sangre”. Tal vez, de esos atracones es que viene esa otra criatura conocida por el mote de “cajne ‘e puerco”, como sugiere Cruz Miguel Ortiz Cuadra; jíbaros víctimas de una indigestión producto de una hartera que buscaba saciar hambres pasadas. Pero fue el mariscal Alejandro O’Reilly quien, a pesar de su valiosísimo cálculo sobre el contrabando en la isla, comenzó a construir esa criatura criolla y perezosa a la que tantos recurren para expiar las culpas de todos los horrores del país. Entonces éramos andrajosos -decía el mariscal- malvivíamos en chozas y habíamos copiado la desidia de polizontes y grumetes. Tiempo después, hasta los más patrióticos también nos tildaron de medrosos. Ese fue el caso de Betances que, exiliado, sumido en el fracaso, y ante la invasión estadounidense a la isla, nos acusó de no rebelarnos. Así que las opciones de disfraces para este Halloween son módicas: comelón de cerdo chorreando sangre conforme a fray Íñigo Abad; vago andrajoso de acuerdo con O’Reilly; puertorriqueño sin rebelarse según Betances.
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