Andrea es más que un cuerpo lanzado en un paraje. Era una humana forma de luz inmensa a la que le ahuecaron la sonrisa, escribe Anuchka Ramos-Ruiz
Andrea es más que un cuerpo lanzado en un paraje. Era una humana forma de luz inmensa a la que le ahuecaron la sonrisa, escribe Anuchka Ramos-Ruiz
Andrea tenía 10 años. Yo tenía seis. Creo que Jennifer, la otra prima, también estaba con nosotras. Debía ser verano porque Jennifer vivía en San Juan y estábamos en casa del papá de Andrea, mi tío, en Ponce. Trato de forzar la memoria para recordar a qué jugábamos, pero no lo tengo claro. Recuerdo que se nos ocurrió hacer batidas de guineo. Sacamos el hielo de las cubetas y los guineos de su cáscara, y justo cuando correspondía mezclarlo todo con el poder del Osterizer nos dimos cuenta de que no había leche. Alguna de las tres tuvo la idea de decir: “Échale agua”. En aquel tiempo, los frappés no estaban de moda. Era 1996 o 1997. Nos rellenamos los vasitos con aquella sambumbia que ninguna pudo beber.
Te invitamos a descargar cualquiera de estos navegadores para ver nuestras noticias: