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A falta de un final contundente para la película sobre Jesús, Rey de Reyes, los productores de la Metro Goldwyn Mayer contrataron a un escritor de ciencia ficción. El director de la película, Nicholas Ray, que intentaba sobreponerse a su feroz alcoholismo y a la trágica muerte de James Dean -a quien dirigió en Rebelde sin causa-, sugirió el nombre de Ray Bradbury buscando tal vez un cierre cósmico para su filme. El autor de Crónicas marcianas se entusiasmó tanto con la idea que se entrevistó con sacerdotes y pastores de distintas denominaciones y entregó a los productores un final conmovedor y poético, lejos de cualquier rabieta justiciera o dulces venganzas de Jesús sacando a los mercaderes del templo con rayos láser y sombrero de vaquero (que hubiera sido un buen final). Por el contrario, Bradbury apostó por esa fuerza franca que atraviesa los cuatro evangelios: lo cotidiano, y colocó a Jesús resucitado y flotando sobre las brasas de una barbacoa donde apóstoles hambrientos cocinaban peces en algún desierto parecido a todos los desiertos de todos los planetas.
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