Los teléfonos inteligentes y las redes sociales han democratizado, en buena medida, la labor de denunciar escándalos políticos y visibilizar asuntos de dudosa reputación en la gestión pública. Una fotografía o una grabación, de manera casi instantánea, puede cambiar el rumbo de algunos asuntos. Por supuesto que dichos medios han hecho igualmente posible y nutren a diario la propagación de las fake news y permiten que surjan, a diestra y siniestra, voces que no hacen más que desinformar y soplar las brasas de la polarización y las fragmentaciones. Pero ese mundo dinámico e incesante, con todo su valor y sus indudables riesgos, nos sumerge igualmente en un peligro mayor y harto preocupante: secuestra la conversación pública y nos distrae de los temas centrales que deberían mantenernos ocupados y preocupados en coyunturas preeleccionarias como la que vivimos.
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