Lo primero que me llamó la atención de mi nueva amiga fue su sonrisa de par en par, especialmente porque allí no había ni un solo diente. Juana la Cubana lleva 30 años compartiendo sus lecturas de la fortuna y consejos con los visitantes de la Plaza de La Catedral en La Habana, Cuba. Cuando me senté en la silla tapizada con telas multicolores hechas en pequeños nuditos, Juana terminaba su tan necesaria merienda que la sostiene mientras pasa todo el día atendiendo a visitantes que abarrotan las calles. “Déjame tomarme un sorbo y enseguida te atiendo”, me dijo. Un numeroso grupo de turistas con sus cámaras y teléfonos celulares se arremolinó alrededor de la mesa al presentir que algo de acción ocurriría. Juana tomó un poco de agua y la escupió hacia un lado como lo hacen las figuras de las fuentes de las plazas. ¡Por poco le arruina el plato de ropa vieja con yuca a un viajero que estaba allí almorzando! Todo quedó en una gran carcajada que nos inundó de alegría a los presentes y nos conectó de inmediato. Juana me “tiró” los caracoles y después de decirme que seguiría viajando y conociendo a niños de muchos países, nos despedimos cantando canciones del folclor infantil cubano, que es el más nutrido que he conocido en el mundo.
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