La próxima vez que se nos ocurra un chistoso o cáustico comentario en torno a esas chicas, repensemos, y démosles un voto de confianza y nuestro aplauso, escribe Johanna Rosaly
La próxima vez que se nos ocurra un chistoso o cáustico comentario en torno a esas chicas, repensemos, y démosles un voto de confianza y nuestro aplauso, escribe Johanna Rosaly
Se ha puesto muy de moda descartar los certámenes de belleza como ejercicios frívolos, anti-feministas y hasta misóginos, totalmente desatinados en nuestros tiempos de lucha por la equidad para los géneros. Mayormente, quienes los censuran o socarronamente se burlan de ellos se enfocan en el hecho —real e inocultable— de que una importante parte del certamen es dedicada a la belleza física según los estándares principalmente occidentales, caucásicos y primermundistas, no solo de facciones, cabello, figura, estatura, uniformidad en el tono de la piel, sino también en la forma en que las jóvenes concursantes se desplazan sobre el escenario, gesticulan frente al público presente y las cámaras, y llevan el vestuario que las engalana.
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