

El coloniaje es como el coronavirus. Fuerte, maligno, resistente. Además, muta para vencer tus defensas y atarte a su fatídico designio. Su incertidumbre te sumerge por canales subterráneos para que la luz de la racionalidad no guíe tus pasos. Te roba el individualismo hasta transformarte en número, estadística grupal, escudado en cultura tribal, como neandertales en caverna. De ahí surge que, en la colonia, la preferencia ideológica sobre estatus político se trasmuta en carimbo partidista: el estadista es penepé, el autonomista es popular y el independentista es pipiolo. A los que resistan la etiqueta, se les despacha peyorativamente: ¡Son “realengos”!
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