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Cada cuatro años, el 20 de enero es el raro día en que lloro frente al televisor. Siempre me ha asombrado ver nuestra democracia en acción en un día como este. Ya seas demócrata o republicano, es un día para celebrar uno de los logros que más enorgullecen de la democracia: la transferencia pacífica del poder. No desenvainaron armas. Sin derramamiento de sangre. Mucha pompa y circunstancia, dos juramentos de cargo y algunos apretones de manos después, el poder pasa de una persona a otra. Eso es hasta hoy.
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