Este Bocadillo va con cariño a mi apreciado lector Don Cristóbal. Aquí voy. ¿Por qué decimos conmigo cuando la lógica dice que la forma debería ser con mí? ¿De dónde salió ese migo? Menéndez y Penny arrojan luz sobre el misterio cuando nos dicen que conmigo en latín era mecum (me = mí, y cum = con). Así pues, si usted estaba conmigo, pues estaba mecum. ¿Claros hasta aquí? Oka. La lengua, como sabemos, siempre va por donde quiera que sus hablantes quieran que esta vaya. Y en el caso de mecum, nos dicen los autores que la gente fue olvidando el significado de la preposición cum (con). Es decir, que mecum se fosilizó como una sola unidad, y el significado de con se desgastó. Para compensar esa pérdida semántica, los hablantes añadieron un refuerzo muy interesante al principio de mecum. Mire más o menos cómo fue la evolución: mecum>cum mecum>cunmecu>conmigo. Si se fija el refuerzo fue en principio de palabra; la primera [m] pasó a [n], la [e] pasó a [i], la [u] se abrió en [o] y la [m] final se perdió. ¿Y esa g, qué pito tocó? Ahhh, esa era la [k] de cum, que por estar entre vocales, se sonorizó para trasformarse en la linda [g]. Lo interesante de este cuento es que ahora, cuando decimos conmigo, estamos diciendo, sin saberlo, dos veces lo mismo. Con- y –go significaban ambos “en compañía de”. Algo así como con mí con. ¿Y contigo? Pues la misma historia, pero con usted.
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