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Durante el periodo conocido como la Guerra Fría, fuimos testigos de la carrera armamentista, en la cual se fomentó el desarrollo de la capacidad nuclear ofensiva, especialmente entre Estados Unidos y lo que era la Unión Soviética. La lógica que impulsaba la misma era asegurar la superioridad de cada bloque en cuanto al número de armas que poseían y la superioridad del poder aniquilador de cada uno. En ese desempeño se gastaron enormes cantidades de recursos humanos y materiales, así como de inteligencia y espacios para almacenaje, a la vez que se incrementaba la enemistad, el miedo, la inseguridad y la desconfianza. El clima de rivalidad producía separación, intolerancia y aumentaba la incomprensión, mientras cada bloque se sentía poderoso y seguro de que podría vencer a su opositor con las armas de destrucción masiva que poseía.
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