El asesinato de Antonia Martínez Lagares no debería quedar impune, porque su muerte fue producto de la intolerancia de las ideas que en aquel momento resultaban inaceptables para el gobierno, escribe Hiram Sánchez Martínez
El asesinato de Antonia Martínez Lagares no debería quedar impune, porque su muerte fue producto de la intolerancia de las ideas que en aquel momento resultaban inaceptables para el gobierno, escribe Hiram Sánchez Martínez
Un día como hoy, 4 de marzo, hace ya 51 años, a eso de las 8:30 de la noche, un miembro de la Fuerza de Choque de la Policía de Puerto Rico, en respuesta a los gritos de “¡Abusadores!” y “¡Asesinos!” de parte de los estudiantes del balcón del hospedaje en los altos de Ponce de León 1012 —donde hoy ubica la Librería Norberto González de Río Piedras— extrajo su arma de fuego, apuntó y disparó. Una sola vez. Entre los estudiantes del balcón se encontraban los estudiantes Celestino Santiago Díaz, quien se hospedaba allí, y Antonia Martínez Lagares, quien se hospedaba en otro lugar, pero que había subido junto a su prima Iris Nilda Lagares y a la amiga Irene “Tati” Fuentes para protegerse de los palos que la Fuerza de Choque estaba repartiendo en esa calle y en las aledañas al recinto de Río Piedras de la UPR. Durante el día, hubo un motín en el campus, pero había finalizado a las seis y treinta.
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