La guerra en contra del COVID-19 no ha terminado. Aunque hemos comenzado a ganar unas batallas, se ciernen los retos de las mutaciones del virus confirmadas en Inglaterra, África del Sur y Brasil, escribe Miguel Colón
La guerra en contra del COVID-19 no ha terminado. Aunque hemos comenzado a ganar unas batallas, se ciernen los retos de las mutaciones del virus confirmadas en Inglaterra, África del Sur y Brasil, escribe Miguel Colón
A punto de conmemorar el aniversario del primer caso de COVID-19 en Puerto Rico, he comenzado a reflexionar sobre mi carrera en el manejo de enfermedades infecciosas. En la última década nos hemos enfrentado a la epidemia de influenza h1n1 con la alta mortalidad que trajo a pacientes jóvenes y obesos. La epidemia de chinkunguya con la incapacidad que producían los dolores musculares y de las articulaciones. Y la epidemia de zika, con las terribles consecuencias de las malformaciones congénitas en bebés de mujeres embarazadas infectadas con este virus. A esto hay que sumarle múltiples brotes de influenza y dengue. También el brote de leptospirosis, después del huracán María. El brote de micoplasma que afectó niños y adultos jóvenes. Y también el brote de pertussis en adultos mayores que cuidan a sus nietos. Ante todos estos retos, hoy de algo estoy seguro, y es que ninguna de estas epidemias y brotes me prepararon para manejar la gran pandemia del COVID-19.
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