

La palabra “idiota” es de origen griego. En la Atenas de Pericles, aludía a una persona que se dedicaba exclusivamente a asuntos de su vida privada y rehuía participar en la vida pública. Pero como los griegos valoraban enormemente la participación cívica, reconociendo que sin ella la democracia colapsaría, se esperaba que todos los varones libres estuvieran interesados -y versados- en los asuntos públicos. O sea, que no fueran idiotas. Desafortunadamente para el mundo, hace un par de décadas cierto personaje, nieto de inmigrantes alemanes y casado con una inmigrante eslovena, pretendió dejar de ser un idiota, en la acepción griega.
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