Esa ya no es la palabra que mató a mi abuelo. La escucho en boca del productor Sixto George en los audios del juicio (“Mire cabrón, cabrón, cabrón”) y me sube un buche de vergüenza y melancolía. ¿En qué momento ese epíteto perdió su aura de insulto y grosería? ¿Cuándo abandonó la afrenta, el desagravio o la injuria, y se hizo cariño, ternura, belleza, o mecanografía amorosa? No me imagino a Montaigne agarrándole la mano a su amigo Étienne de La Boétie, mientras moría por la peste, diciéndole lo que Sixto George le dice a Maceira en los audios del juicio: “Vuelvo y te repito cabrón. Desde el amor, Maceira te repito y pido que jamás pienses que yo te estaba amenazando, cabrón”.
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