Era un hombre que, sin haber estudiado leyes, y con grandes problemas para articular ideas, llegó a ocupar la vicepresidencia del Tribunal Supremo de Irán y hasta desempeñó el cargo de fiscal general, escribe Mayra Montero
Era un hombre que, sin haber estudiado leyes, y con grandes problemas para articular ideas, llegó a ocupar la vicepresidencia del Tribunal Supremo de Irán y hasta desempeñó el cargo de fiscal general, escribe Mayra Montero
Entre tantas emociones como las que hemos vivido esta semana —hay emociones deprimentes, ¿no les parece?-, hemos pasado por alto la muerte del presidente iraní, Ebrahim Raisí, un asesino despiadado, llamado por su propio pueblo “el juez de la horca”. Y esto, porque en el verano de 1988, cuando aún no había cumplido treinta años, colaboró para que unos 5,000 presos políticos fueran ejecutados. Todo un monstruo que, más de tres décadas después, fue el responsable de la muerte de una joven de 22 años, Mahsa Yina Amini, detenida y a las pocas horas clandestinamente ejecutada porque no llevaba el velo bien puesto.
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