Al parecer, la única opción que le queda a los doradeños de a pie para atrapar las migajas de la burbuja inmobiliaria es vampirizar con comida el abandono municipal, escribe Cezanne Cardona Morales
Al parecer, la única opción que le queda a los doradeños de a pie para atrapar las migajas de la burbuja inmobiliaria es vampirizar con comida el abandono municipal, escribe Cezanne Cardona Morales
En el antiguo terminal de guaguas pisicorre de mi pueblo ahora hay un negocio de comida. Las viejas manchas de aceite de motor y los chicles pegados en el suelo han sido sustituidos por manchas de aceite Mazola y residuos de mezcla de bacalaítos. Los cartelones que indicaban las tarifas por pasajero se han convertido en un menú de arepas de coco, tostones rellenos y alcapurrias de jueyes. Ya no hay mapa que indique que la guagua tal va hacia “Santa Rosa, Bayamón”, sino hacia “Arañitas rellenas con marisco”. Donde antes decía “Candelaria, Bayamón Oeste, o La Virgencita”, ahora dice “Mofongo con carne frita”. Lo peor es que las letras que anuncian el antiguo terminal han resistido mejor que los edificios aledaños. Y digo peor porque la solidez de las letras que desmienten el experimento gastronómico acentúa aún más la extrañeza y la nostalgia, pues en aquel terminal de guaguas me inicié en la lectura no obligatoria. Así que esperar por una pisicorre era sinónimo de novela, y Drácula de Bram Stoker fue de los primeros textos que leí en una guagua, de Dorado a Bayamón y de Bayamón a Santurce. Puede que por aquellos días no estuviera al tanto de los paraísos fiscales, pero daba por sentado que un terminal de guaguas públicas jamás sería derrotado por bacalaítos.
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