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Donald Trump ha dicho en muchas ocasiones que es un fanático de las tarifas arancelarias, o sea, los impuestos a las importaciones. Y no sólo lo ha dicho, sino que lo ha demostrado con una ráfaga de aumentos arancelarios que no distinguen entre países amigos y rivales. Según Trump, estos impuestos le permitirán alcanzar múltiples objetivos, entre ellos limitar la entrada de productos importados, reducir o eliminar el déficit de comercio de Estados Unidos con otros países y recaudar fondos para sufragar una reforma contributiva que reduzca los impuestos de los más adinerados. Y, según su lógica, todo esto lo pagaría el resto del mundo, sin costarle nada o casi nada a la población de Estados Unidos. Si un arancel pudiera lograr todo eso, habría que preguntarse por qué no vivimos en un mundo en el que todos los países cobren aranceles exorbitantes.
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