El asesinato de Jovenel Moise no parece que podrá fin al calvario del pueblo haitiano, pero podría ser un momento de gran incertidumbre que provoque un cambio sustancial en la política de dicho país, escribe Francisco Concepción
El asesinato de Jovenel Moise no parece que podrá fin al calvario del pueblo haitiano, pero podría ser un momento de gran incertidumbre que provoque un cambio sustancial en la política de dicho país, escribe Francisco Concepción
Esta mañana se anuncia el asesinato del presidente de Haití Jovenel Moise. Este asesinato coloca una vez más a Haití, la dolida nación caribeña, que inauguró la tradición republicana del hemisferio con su revolución, en el discurso público. En esta ocasión Haití regresa con una nueva advertencia. La soberanía de dicho país, una parodia de liberalismo dictatorial apoyada por los países más poderosos del mundo, se tambalea ante las dos fuerzas que se enfrentan en sus calles. Por un lado, unas élites globales representadas por el neoduvalierismo, con su lema Haití está abierto a los negocios y, por otro lado, el pueblo de Haití de quien el historiador Jean Casimir ha dicho es el verdadero soberano de Haití.
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