La llamarada no es solo una novela sobre la caña, el calor sofocante, el sudor que baja por la espalda, la explotación del suelo, la deforestación agrícola, el capital ausentista o las huelgas de trabajadores, sino también sobre un agrónomo que anhela comprarse un carro deportivo. Eso le dije a un grupo de padres que, cansados de las quejas de sus hijos por leer la clásica novela de Enrique Laguerre, buscaban -casi en son de huelga- que la directora escolar me obligara a cambiar el texto por uno -según ellos- más pertinente; es decir una novela con menos caña, menos trabajadores, menos huelgas, menos pobres, menos sudor, menos naturaleza, menos descripciones, menos árboles, menos páginas, menos incendios, pero con más carros deportivos.
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