Sé que El Hipopótamo se repondrá y seguirá acogiendo a sus parroquianos con el mismo empeño. Lamentablemente habrá uno menos para atender la mesa: el jovencito de sonrisa noble que quería imitar a su abuelo adoptivo, escribe Yolanda Vélez Arcelay
Sé que El Hipopótamo se repondrá y seguirá acogiendo a sus parroquianos con el mismo empeño. Lamentablemente habrá uno menos para atender la mesa: el jovencito de sonrisa noble que quería imitar a su abuelo adoptivo, escribe Yolanda Vélez Arcelay
Los amantes del café somos nómadas en busca de cariño. Solemos tener lugares favoritos donde compartir la taza humeante. Uno de esos lugares en que te sirven el café mañanero y te dan plática y camaradería lo es el restaurante El Hipopótamo, negocio con aire de bodega española que lleva décadas en la avenida Muñoz Rivera, muy próximo a la Universidad, mi alma máter. Su diversidad parroquiana enriquece las tertulias. Allí lo mismo vale el comentario de un Luis Rafael Sánchez que el del policía que salió de turno.
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