Aunque el gobernador nunca ha escondido su catolicismo, esta vez coqueteó con el lenguaje típico de ese evangelismo pop, tan de moda en las filas de la banalidad politiquera, escribe Cezanne Cardona Morales
Aunque el gobernador nunca ha escondido su catolicismo, esta vez coqueteó con el lenguaje típico de ese evangelismo pop, tan de moda en las filas de la banalidad politiquera, escribe Cezanne Cardona Morales
Si Constantino tuvo que ganar la batalla del Puente Milvio para convencer a Roma de la eficacia del dios cristiano, a Pierluisi habrá que pedirle -por lo menos- una prueba de su “nueva” conversión al cristianismo. Se me ocurre por ejemplo que, si Jesús entró a Jerusalén en un humilde pollino, Pierluisi podría hacer su entrada triunfal a La Fortaleza en un carro destartalado, esos autos clasemedieros que el gobernador tanto criticó y que ahora debería amar porque justamente representan la humildad del mismísimo dios que profesa. Por más ridículo que suene, no es difícil imaginarse a sus publicistas salivando con la imagen: una multitud lanzando pencas de palmas al asfalto mientras el gobernador conduce un Toyota Yaris despintado y salpicado levemente de moho en las puertas; o un Nissan Sentra de principios del dos mil, con el dash cuarteado por el sol, un alicate de presión mordiendo lo que queda de la manigueta para bajar el cristal del conductor y un bumper sticker que diga “No critique, aquí podría ir su hija”; o una guagua Suzuki Vitara con el aire acondicionado dañado, con tape gris en el cristal del frente para proteger una grieta inquieta como el Dow Jones y un gancho de ropa como antena.
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