Cada vez que ocurre una desgracia como la del asesinato de un hombre y el atentado a la vida de otro en medio de la celebración del Festival de las Máscaras de Hatillo, sacamos a pasear el gran acervo de opiniones que todos tenemos sobre si se trata de una festividad que debemos conservar, al menos del modo en que la celebramos hoy día, o no. Porque lo que se inició hace unos cuantos siglos en las islas Canarias y otras localidades de España como inofensivos actos de un compartir cuasi religioso ha degenerado en los años recientes en Puerto Rico en desórdenes públicos y accidentes que le han costado la vida —o importantes cuidados médicos— a más de uno (los que usualmente montan el espectáculo de los yips convertidos en carrozas bamboleándose peligrosamente y hasta intentando hacer “wheeling” rodeados de personas).
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