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Donald Trump ha forjado su imagen como un líder audaz que enfrenta lo que otros evitan. Sin embargo, en lugar de abordar problemas reales, ha transformado la política en un espectáculo lucrativo donde las apariencias son más importantes que la verdad. Su lucha no se centra en la corrupción, la crisis económica o el acceso a la salud, sino en enemigos ficticios: la identidad de género, la inmigración y el “woke”. Para él, estos no son debates válidos; son amenazas diseñadas para mantener a sus seguidores en un estado de alerta constante.
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