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Cuando era joven, tuve un maestro en la escuela superior que solía enfrentar situaciones difíciles usando una liga que estiraba entre sus pulgares. Aunque parecía que la liga iba a romperse, nunca lo hacía, incluso cuando pensábamos que iba a doler, si se rompía. Llegué a imaginar que, de estirarla más allá de su límite, un fragmento podría salir disparado hacia mi peor enemigo. Sin embargo, esto era solo una fantasía juvenil.
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