

Del papa Francisco me impresiona su parecido con Juan XXIII. Parecido que se acentúa en su espiritualidad, sus intuiciones e incluso gestos y expresiones. El secretario del “Papa Bueno”, Cardenal Loris Capovilla, con quien tuve el privilegio de conversar, decía de él: “Huía de los aplausos. Cuando alguien le pedía que preparara un discurso, por ejemplo, para los presos, decía: ‘Si quieren que hable de los presos, prepararé un documento, pero si yo voy a ver a los presos, quiero sólo abrazarles y hablarles con el corazón de lo que me salga en ese momento’”. Así lo demostró cuando, al inaugurarse el Concilio, 100,000 fieles con antorchas se juntaron en Plaza San Pedro. Aunque primero se resistía, a insistencias de Capovilla, se asomó a la ventana. Sorprendido y conmovido improvisó un mensaje que se conoce como “Discurso de la luna” ya que en sus primeras palabras dice: “Miren a lo alto pues se diría que hasta la luna se ha apresurado esta noche para mirar este espectáculo”, arrancando un estruendoso aplauso.
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