Nunca he tenido querella alguna contra el inglés, ni su aprendizaje. Lo que sucede es que me lo enseñaron con un muy mal currículo desganado o anémico que lamentablemente nos lo enajena, escribe Víctor García San Inocencio
Nunca he tenido querella alguna contra el inglés, ni su aprendizaje. Lo que sucede es que me lo enseñaron con un muy mal currículo desganado o anémico que lamentablemente nos lo enajena, escribe Víctor García San Inocencio
Cuando fui joven me planteé emigrar. Recién graduado de Derecho y revalidado hace cuarenta años y habiéndola visitado un par de veces, imaginé que Irlanda sería un buen lugar. Ocupando gran parte de la isla que tiene su nombre, siendo relativamente pequeña, católica, república que sufrió muchos siglos de colonialismo británico, bautizada de dolor y de heroísmo, la que era todavía una joven república prometía vida digna y desarrollo para sus habitantes. Habría que decir que su gente era de buenas costumbres y muy suave, y que a mi modo de ver su literatura había aportado extraordinarios tesoros a la Humanidad con autores de gran relieve e influencia, entre muchos otros, como lo son James Joyce (1882-1941), Oscar Wilde (1845-1900), Samuel Beckett (1906-1989), William Butler Yeats (1865-1939), George Bernard Shaw (1856-1950) y Jonathan Swift (1667-1745). Yeats, Shaw y Beckett ganaron premios Nobel, junto a otro, quien no es de mis favoritos, Seamus Heaney (1939 a 2013), no por falta de méritos grandes que los tiene, sin dudas, sino porque me gustan las letras viejas.
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