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Corría enero de 1957 y la crisis a lo interno del Tribunal Supremo de Puerto Rico iba saliéndose de control. La total falta de liderato del entonces juez presidente Cecil Snyder (quien décadas atrás había desempeñado el patético rol de fiscal acusador de Pedro Albizu Campos) era ya un secreto a voces. El máximo foro estaba manga por hombro. La montaña de casos sin resolver era casi del alto del pico mayor de El Yunque y los pocos casos que resolvía los despachaba emitiendo sentencias sin opinión (dejando a los tribunales inferiores, a los abogados, litigantes y al país huérfanos de dirección y certeza jurídica). La posición de Snyder se hacía aún más precaria porque tenía a su esposa (Wanda Gilewicz) metida en la oficina haciendo la doble función de oficial jurídico y ayudante administrativa, cosa que minó aún más su liderato dentro del tribunal.
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