Qué virtud esa del corazón, que es capaz de latir estando dividido. El que tiene hijos lejos sabe de lo que hablo. Recientemente, Diego, mi hijo menor, se fue a estudiar y a jugar fútbol al país que tiene la mejor liga de ese deporte. Tiene sólo 16 años. ¿Cómo decirle que no, si no falla en sus clases, si entrena dos y tres veces al día, si es respetuoso, maduro y devoto? Al dejarlo sentía el corazón en pedazos, el mío, el de él, uno. Le dije: “tras las glorias no olvides las memorias”. Se lo he dicho antes a sus hermanos, lo mismo que mi papá nos decía a mí y a los míos. Una de las cosas que me dijo en respuesta fue: “papá, no importa dónde yo esté o qué meta alcance, yo soy puertorriqueño”. Le pedí luego: “no se te olvide el camino de regreso”. Sonrió.
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