Una de las manifestaciones más lamentables de nuestro sistema educativo se evidencia en las dificultades que muchos líderes políticos o candidatos a puestos electivos tienen al hablar en público. Su dominio de las artes del lenguaje y la oratoria son, con demasiada frecuencia, torpes. Somos testigos de notables dificultades para hilar sus pensamientos y articular, de manera ágil, sus propuestas discursivas. Ello tiene un efecto inevitablemente negativo en audiencias con márgenes de atención cada vez más reducidos y muy proclives a la distracción y el aburrimiento.
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