La razón detrás del rubio beisbolero no tiene nada que ver con el racismo, ni con los síncopes políticos, mucho menos con la tautología de la asimilación: ¡más asimilados de lo que ya estamos imposible!, escribe Cezanne Cardona Morales
La razón detrás del rubio beisbolero no tiene nada que ver con el racismo, ni con los síncopes políticos, mucho menos con la tautología de la asimilación: ¡más asimilados de lo que ya estamos imposible!, escribe Cezanne Cardona Morales
El béisbol no está exento de evangelios. Mucho antes de que Juan Villoro dijera esto pero respecto al futbol, ya Hemingway había reclamado el deporte del diamante como una suma teológica, sucedánea de la pesca. Además de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre que tenía en su choza, lo que hizo que Santiago saliera a pescar, luego de 84 expediciones infructuosas, fue la fe que le tenía a Joe Di Maggio que -después de una mala racha y una lesión en un talón- bateó tres cuadrangulares contra los Tigres de Detroit y logró que su equipo ganara su juego número 85. “San Pablo era pescador, lo mismo que el padre del gran Di Maggio”, dice Santiago de regreso y con el espinazo que le quedó por defender a su gran pez de los tiburones. Algo parecido sucede con el equipo de Puerto Rico en el Mundial de Béisbol desde el 2017: el acto de pintarse el pelo de rubio, de frotarse los rizos peli teñidos después de un batazo o de nombrarse “Team Rubio” no es otra cosa que una tierna confesión de que el béisbol no sólo se juega con músculo, corazón y técnica, sino con eso que a falta de nombre le llamamos magia.
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