Cuando los aborígenes enfrentaban fenómenos naturales, como el huracán María, no tenían herramientas científicas para explicarlos. Fuera por ignorancia, miedo, o simplemente por el deseo inherente del ser humano que le impulsa a buscar un sentido de significado y balance cognitivo ante la fuerza avasalladora de la naturaleza, creaban mitos y dioses. Les ponían nombres. Los taínos, por ejemplo, le llamaban a este fenómeno el dios Jurakán. En algunas culturas nativas pensaban que era un dios furioso que castigaba, y sacrificaban en el altar a miembros de la tribu en aras de saciar el apetito de ese dios.
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