Su obra “Inés en su infancia” hablaba de recuerdos lejanos, de la inocencia frágil… trascendía de las formas y los colores, aun siendo estos los vehículos del efecto deseado. Aquel cuadro tenía alma, escribe Carmen Dolores Hernández.
Su obra “Inés en su infancia” hablaba de recuerdos lejanos, de la inocencia frágil… trascendía de las formas y los colores, aun siendo estos los vehículos del efecto deseado. Aquel cuadro tenía alma, escribe Carmen Dolores Hernández.
El primer cuadro que vi de Francisco Rodón, hace ya muchos años, fue “Inés en su infancia”. Colgaba de una pared en el apartamento de una gran coleccionista, Irene Curbelo. La contemplación de aquella niña quieta, vestida primorosamente y con un gran lazo en la cabeza, suscitó en mí una respuesta inmediata. A pesar de que yo había visitado varios grandes museos, fue ese cuadro el que me hizo comprender las misteriosas correspondencias personales que le otorgan un significado especial al disfrute del arte. “Inés en su infancia” hablaba de recuerdos lejanos, de la inocencia frágil y entrañable de la niñez y -también- de una presencia más allá del tiempo y de la muerte. Su impacto, y el de los otros de la serie de “Inés”, trascendía de las formas y los colores, aun siendo estos los vehículos del efecto deseado. Aquel cuadro tenía alma.
Te invitamos a descargar cualquiera de estos navegadores para ver nuestras noticias: