La primera vez que comparecí ante el juez Gustavo Gelpí me percaté camino a la corte que se me había quedado el gabán. No podía regresar a buscarlo sin llegar tarde, pero tampoco podía aparecerme en sala mal vestido. Podría (pero no lo haré) mencionar el nombre de varios jueces del Tribunal Federal ante quienes hubiese sido mejor morir que enfrentar cualquiera de esas dos posibilidades. Pero no con el juez Gelpí. Llamé a su secretaria, expliqué la situación, ella consultó con el juez y respondió: “El juez dice que no se preocupe y venga sin gabán”.
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