La inteligencia, la abstracción y el amor son cualidades que no se originaron en nosotros, sino en seres que por primera vez en la historia escrita tenemos la oportunidad de conocer, escribe Rodrigo Córdova Rosado
La inteligencia, la abstracción y el amor son cualidades que no se originaron en nosotros, sino en seres que por primera vez en la historia escrita tenemos la oportunidad de conocer, escribe Rodrigo Córdova Rosado
No fuimos los únicos, ni siquiera los primeros, en comer del árbol de la ciencia del bien y el mal en el Jardín del Edén. Hace más de 240,000 años, nuestros parientes descubrieron el uso del fuego con una precisión que no se vería hasta hace 80,000 años con el ser humano – Homo sapiens. Este humano de la cueva de la estrella creciente, Homo naledi, era un ser de capacidad intelectual sorprendente, con capacidad empática que, según el récord arqueológico, no se repetiría por más años de lo que lleva el total de la existencia del Homo sapiens. Si nos definimos por el alma que llevamos dentro, el Homo naledi bien conocía y honraba a sus muertos, sepultando a sus seres queridos en un mausoleo natural, a más de un kilómetro bajo tierra, adornándolas con imágenes y querencias.
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