Brindar a más personas la oportunidad de imaginarse como participantes activos de ese futuro común es una responsabilidad inmanente de todo proyecto educativo, escribe Anuchka Ramos Ruiz
Brindar a más personas la oportunidad de imaginarse como participantes activos de ese futuro común es una responsabilidad inmanente de todo proyecto educativo, escribe Anuchka Ramos Ruiz
Cuando niña, imaginaba que en el futuro los carros volarían. En tercer grado decidí que me dedicaría a las matemáticas para calcular la distancia entre nubes. Pero en séptimo descubrí que mi verdadero amor eran las bibliotecas. En la escuela intermedia a esa pasión se le sumó el teatro y luego la historia. A punto de graduarme, resolví el dilema del futuro y consigné que, simplemente, sería escritora. Un detalle no era claro: ¿qué estudiaban los escritores? “Los escritores estudian literatura”, alguien ha debido decir. ¿Y de qué viven los que estudian literatura? “De nada, se mueren de hambre”, dijo el mundo a coro. Entonces, empecé mis estudios universitarios en periodismo. Al año, me transferí a ciencias sociales. El miedo al futuro no dejó de perseguirme, pero me alegra saber que lo burlé hace un par de años cuando junto a varios colegas diseñamos el primer bachillerato en Escritura Creativa y Literatura en Puerto Rico.
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