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Cuando niña, imaginaba que en el futuro los carros volarían. En tercer grado decidí que me dedicaría a las matemáticas para calcular la distancia entre nubes. Pero en séptimo descubrí que mi verdadero amor eran las bibliotecas. En la escuela intermedia a esa pasión se le sumó el teatro y luego la historia. A punto de graduarme, resolví el dilema del futuro y consigné que, simplemente, sería escritora. Un detalle no era claro: ¿qué estudiaban los escritores? “Los escritores estudian literatura”, alguien ha debido decir. ¿Y de qué viven los que estudian literatura? “De nada, se mueren de hambre”, dijo el mundo a coro. Entonces, empecé mis estudios universitarios en periodismo. Al año, me transferí a ciencias sociales. El miedo al futuro no dejó de perseguirme, pero me alegra saber que lo burlé hace un par de años cuando junto a varios colegas diseñamos el primer bachillerato en Escritura Creativa y Literatura en Puerto Rico.
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