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Lo conocí como estudiante cuando ambos coincidimos en la Escuela de Derecho de la UPR. Entonces ni él ni yo imaginábamos que le esperaba un tramo de servicio público sobresaliente que cambiaría su vida y la del país para siempre. Ya desde la época de sus estudios de abogacía era un muchacho espabilado y locuaz, que sabía que a los pobres de nuestros campos, parcelas y residenciales públicos los puede rescatar de la pobreza un buen aprovechamiento académico en los estudios de lo que fuera. Para él, como para muchos de nosotros, la universidad se convirtió en ese gran agente de nivelación social que hacía que tuviéramos disponible una profesión con la cual alcanzar nuestros sueños y metas, si poníamos suficiente empeño y dedicación. Y Héctor Rivera Cruz los puso.
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