Hace justamente 40 años vivía yo una incertidumbre prometedora, un desasosiego ilusionado, estimulante: acababa de cumplir 21 años y me preparaba para viajar a Puerto Rico, de mudanza, para quedarme, para comenzar mi vida como adulto, casado, formar una familia y hacerme viejo en esta Isla que hasta poco antes era para mí algo muy distante y ajeno.