Lo más hermoso de conocer a Pérez Giménez fue compartir con él en esa otra vida fuera de la corte y del estrado, una intensa vida comunitaria y espiritual, escribe Sonia Ivette Vélez Colón
Lo más hermoso de conocer a Pérez Giménez fue compartir con él en esa otra vida fuera de la corte y del estrado, una intensa vida comunitaria y espiritual, escribe Sonia Ivette Vélez Colón
Conocí al juez Juan Manuel Pérez Giménez a través de la relación entre poderes judiciales que, desde la Rama Judicial de Puerto Rico, mantuvimos con el Tribunal de Distrito Federal para el Distrito de Puerto Rico. Me llamaba poderosamente la atención porque entonces manejaba el caso de Morales Feliciano v. Romero Barceló. A principios de la década del 80 certificó como un pleito de clase las numerosas demandas presentadas por cientos de confinados que alegaban violación a sus derechos civiles. Dictaminó que las condiciones carcelarias en Puerto Rico eran inaceptables y peligrosas, con la posibilidad de crear daños irreparables, y en el proceso impuso multas millonarias al gobierno por incumplimiento a sus órdenes y a estipulaciones llegadas en el caso.
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