La callada presencia de la neoyorquina que adoptó la puertorriqueñidad destiló la bondad, nobleza, humildad y el estoicismo que son valores tan sobresalientes en la personalidad puertorriqueña, escribe Orlando Parga
La callada presencia de la neoyorquina que adoptó la puertorriqueñidad destiló la bondad, nobleza, humildad y el estoicismo que son valores tan sobresalientes en la personalidad puertorriqueña, escribe Orlando Parga
Uno no puede escoger donde nace, pero puede escoger donde vive. Muchos de los apellidos anglosajones que conviven entre la mayoría de nuestros apellidos de origen hispano, corresponden al hechizo tropical puertorriqueño que cautivó a los soldados estadounidenses que nos invadieron en 1898. Llegaron, vieron y se quedaron o volvieron tras licenciarse. Kate Donnelly fue una versión moderna de este fenómeno. La neoyorquina de origen irlandés vino de vacaciones a Puerto Rico y, ¡fue amor a primera vista! Se enamoró de nuestra isla, de nuestro ambiente y cultura, de nuestra gente y sus tradiciones; regresándose a New York con la decisión tomada de que regresaría para vivir en Puerto Rico.
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