
Opinión
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“Que el Señor nos bendiga a todos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, dijo con voz débil el Santo Padre, dirigiéndose a los que estábamos en la Plaza de San Pedro y al mundo entero. Fue la tradicional bendición urbi et orbi en la mañana más luminosa del calendario litúrgico: el Domingo de Resurrección. Aunque conocíamos la gravedad de su salud, la noticia de su muerte apenas unas horas más tarde nos sorprendió profundamente.
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