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De niño escuchaba aquella frase legendaria de “No lo salva ni el médico chino”, para querer decir que la situación de la que se hablaba era tan grave que no había en el mundo remedio alguno para evitar un resultado adverso. Yo, a mi corta edad, suponía que el dicho estaba fundado en la creencia de que los chinos, en eso de curar enfermedades, eran los mejores. Pero luego comprendí que ese refrán, que nos llegó del imaginario cubano del siglo XIX, era aplicado también a otras situaciones complicadas de la vida y que, de momento, nada tenía que ver con los chinos. En Puerto Rico se había convertido más bien en un comodín para el desaliento y la desesperanza.
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