El gobierno revolucionario tenía menos de un año y mis padres -ella maestra normalista y él comerciante en un pequeño pueblo de la provincia de La Habana- ya estaban desilusionados con el sistema. Pronto se les sumaron algunos miembros de la familia y amigos. Mas la gran mayoría de los cubanos estaban frenéticos, mezclando los intereses políticos con resentimiento, mala voluntad y deseos de acomodo, con los ardorosos mítines políticos, apasionadas manifestaciones en contra de las empresas privadas (criollas y extranjeras), rompiendo letreros comerciales a martillazos, en las brigadas de maestros, las milicias estudiantiles y espiando día y noche a sus vecinos desde los comités de defensa de la revolución.
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