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Mi madre, que el pasado domingo llegó a los 97 años, me trajo al mundo cuando el hedor de la Segunda Guerra Mundial no se había disipado por completo. Desde pequeño crecí escuchándola decir que todas las guerras son malas, sobre todo en aquella tarde cuando al barrio trajeron en un ataúd cerrado a un familiar que había peleado en el conflicto de Corea. La escena se repitió en varias ocasiones.
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